El programa nuclear estadounidense se desarrolló en secreto durante la Segunda Guerra Mundial
Científicos como Einstein o Fermi
apoyaron la fabricación de tan devastadora arma ante el temor de que
fuese descubierta antes por los nazis
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Imagen de la explosion provocada por bomba
atómica lanzada contra Hiroshima el 6 de agosto de 1945. / Foto: Archivo
| Vídeo: Youtube
La destrucción provocada en Hiroshima después de la explosión atómica. / Foto: Archivo | Vídeo
A las 8.15 horas, un bombardero B-29 estadounidense, el ‘Enola Gay’, lanza una bomba nuclear sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
El artefacto, bautizado como ‘Little Boy’, explota a unos metros de la
superficie para provocar mayor devastación. “Una columna de humo
asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es
pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como
llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas”. Así describe el
artillero Bob Caron la explosión vista desde el avión que ha inaugurado
la era atómica. Una única deflagración causa 70.000 muertos en el acto.
Es el 6 de agosto de 1945. Tres días más tarde la ciudad de Nagasaki es aniquilada de idéntica forma. El mundo ya no será igual.
Se cumplen 66 años de aquellos trágicos días. Los
brutales ataques sobre ambas ciudades niponas fueron el resultado de uno
los mayores programas secretos científicos de la historia: el 'proyecto
Manhattan'. Durante años algunas de las mentes más brillantes y
privilegiadas del planeta, entre ellas Premios Nobel de física,
participaron en la investigación y desarrollo del arma atómica de
Estados Unidos.
En agosto de 1939 el gran Albert Einstein
escribió una carta al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt
en la que le informaba de los avances sobre la fisión de Alemania y le
animaba a desarrollar un programa nuclear. “Es concebible -pienso que
inevitable- que pueden ser construidas bombas de un nuevo tipo
extremadamente poderosas”, afirmaba en la misiva. En el fondo se
escondía el miedo de que los nazis pudieran fabricar el arma atómica.
Años más tarde, Einstein se arrepentiría de ese acto al comprobar la
devastación generada con dichas bombas: “Debería quemarme los dedos con
los que escribí aquella primera carta”.
Pese al escrito de tan insigne figura, no fue hasta el
ataque sobre Pearl Harbor y la entrada en la Segunda Guerra Mundial de
Estados Unidos cuando el programa nuclear se desarrollara con fuerza. Al
frente del proyecto se coloca en octubre de 1942 el físico Robert Oppenheimer,
aunque el responsable militar es el general Leslie R. Groves. La
operación estaría coordinada desde el Laboratorio Nacional de los Álamos
(Nuevo México) construido para la ocasión. Entre los más estrechos
colaboradores de Oppenheimer se encuentra el premio Nobel de física
Enrico Fermi, o Edward Teller, un científico de origen judío que huyó de
Alemania tras la llegada de Hitler.
Incendiar la atmósfera
El desarrollo del programa no estuvo exento de peligros.
Una de las principales incógnitas radicaba sobre los efectos de tan
potente arma. Se llegó a pensar que podría incendiar la atmósfera al
provocar una reacción del hidrógeno, lo que retrasó el proyecto.
Finalmente, nuevos cálculos descartaron esa opción.
EE UU no era el único país que trataba de desarrollar un
arma atómica. El ‘programa Uranio’ de los nazis también perseguía la
fabricación de la bomba nuclear. Groves destinó parte de los recursos
del proyecto en recabar información sobre los avances alemanes en el
terreno. Varios científicos que trabajaban para el Reich fueron
secuestrados.
El día D para Oppenheimer y su equipo llegó el 16 de
julio de 1945. Fue la fecha para realizar la primera prueba, denominada
‘Trinity’. El lugar escogido fue el desierto 'Jornada del Muerto', un
lugar remoto del Estado de Nuevo México. Mejo nombre imposible. La
energía liberada durante la explosión equivalió a 19.000 toneladas de
TNT. El equipo del proyecto observó a nueve kilómetros de distancia cómo
la densa nube se elevaba hasta componer el característico hongo en el
cielo.
El éxito de la prueba permitió el lanzamiento de las
bombas sobre Hiroshima y Nagasaki apenas dos semanas después. En la
actualidad, los habitantes de ambas ciudades niponas todavía conviven
con los problemas de la radiactividad desatada en aquellos ataques.
Mientras tantos, los arsenales de Estados Unidos y Rusia cuentan con
miles de cabezas nucleares muchos más potentes que las lanzadas hace 66
años sobre Japón.
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